Un día, hace tiempo, no sé cuánto ni por qué, charlando con Gabriel llegamos a esta pregunta: ¿Por qué escribimos? Seguramente él lo recuerde (tiene mucho mejor memoria que yo, y más paciencia para investigar la documentación de la vida); yo sólo recuerdo que le dije que, si quería, me gustaría que escribiera acá, en un lugar que quizá poco o nada tiene que ver con los ámbitos donde se expresa habitualmente, sobre esa pregunta. Porque no sólo escribimos, sino que escribimos sobre ciertas cosas y para cierto público; porque leemos, y no sólo leemos cosas que se parecen a las que escribimos.Los invito a que lean lo que Gabriel escribió sobre escribir, y que después vayan a Proyecto Fósforo a leer sus artículos: son muy buenos, y creo que, si ya no lo es, tiene en este año electoral la mejor oportunidad para volverse un referente en cuanto a reflexión y crítica politológica. Iba a poner generacional, pero ya conozco gente de casi 50 que lo lee con la misma avidez que yo, asombrándose de que ponga en palabras esas cosas que pensamos y no sabemos cómo decir, o que sentimos de alguna manera, pero ni siquiera llegamos a articular en el pensamiento. Mejor descúbranlo ustedes.
Hay una dimensión burocrática en escribir. En transformar en texto 
lo que que se piensa, garabatea, conversa. Más que propiamente trabajo, o
 esfuerzo, es careteo, experiencia, juego. Un poco de adrenalina cuando 
se muestra, se lee o se publica. Un poco de vergüenza de encontrar los 
errores evidentes.
Sobre todo insitencia, voluntad, aburrirse de 
las fórmulas que funcionan, y volver a ellas cuando es necesario su 
efecto. Y combatir la dislexia. Ubicar con algo de cuidado los tildes, 
las haches, las tes en los apellidos de Europa Oriental.
El 
problema es que atraen con igual fuerza la academia, la política y la 
bohemia. Con el tiempo, en una ciudad chica, aparecen amigos en las tres
 y se termina por escribir para ellos, y por plata. Por suerte, los tres
 ambientes también son igual de repelentes. Se trata de, estando cerca, 
estar lo más lejos posible de sus chismes, sus obsesiones con asuntos 
secundarios, sus reglas burocráticas.
Y no es que no reconozca lo
 necesario de la burocracia. De nuevo, para mí hay algo de burocrático 
siempre que escribo. Sueño con fichar mi biblioteca. Me entusiasma 
clasificar los apuntes por tema y según para que proyecto pueden servir.
 Me indignan los libros sin índices. Cuando tengo que tomar una 
decisión, hago una matriz FODA. Cuando quiero entender una relación, 
hago una tabla.
Escribir no es trabajar, o es trabajar todo el 
tiempo. Es anotar en una libretita un comentario, buscar entender un 
chiste como discurso de clase, preguntarse quien era el presidente en la
 época siempre que hay una fecha en una tumba, una plaqueta, una carta, 
es buscar una historia, o detenerse en una palabra para ver como se la 
puede sacar de contexto. Es saltar entre los artículos de wikipedia. Es 
llevar un cuaderno (uno por vez) para todos los proyectos del momento, 
sean sentencias, posts, materias de facultad, charlas, libros o campañas
 de rol.
Lo divertido es la versatilidad. Escribir una nota 
cuando corresponde una carta de amor, un paper cuando corresponde un 
documento de estrategia, una carta de amor cuando hay que dar un 
discurso, un documento de estrategia cuando hay que escribir un examen. 
Siempre disimuladamente, para que no se den cuenta los burócratas.
No
 conviene cagarse en los burócratas. Tienen plata y ayudan cuando fijan 
plazos, imponen reglas y sugieren temas. En algunos lugares, incluso, 
los burócratas a cargo exigen la transgresión a las reglas, exigencia 
paradójica pero fácil de cumplir.
Hay algo extraño en la idea, 
tan de moda, de que no importa lo que piensen los demás. Los demás nos 
dan las palabras, los temas, el mundo. Les robamos pedacitos de sus 
vidas para dárselas a nuestros personajes. Siempre escribimos sobre los 
demás (y sobre uno mismo, como parte de los demás) y para ellos.
Por
 suerte, uno puede limitarse a escribir a un “los demás” abstracto y 
anónimo,  ya que casi siempre, nadie lee casi nada. Mejor dicho, nadie 
lee con el escrutinio obsesivo y odioso que imaginan en los críticos los
 que necesitan una excusa para no escribir.
Se puede escribir, 
entonces, con cierta impunidad, con cierta alegría inocente de saber que
 nadie se va a dar cuenta que no leímos el libro hasta el final, que las
 cuentas no cierran, que el enojo es impostado. Que se puede decir la 
verdad, con toda su trivialidad, contradicción, fuerza e indiferencia.
En
 eso, se va adquiriendo cierta práctica. Los recursos, cuando son 
invisibles persuaden y cuando son apenas visibles generan complicidad. 
Las verdades se van haciendo más ciertas cuando la escritura se va 
haciendo elegante (o tosca, según el contexto), y más ciertas aún cuando
 alguien se ve persuadido. Y, con algo de suerte, alguna belleza 
aparece, algo se entiende más claro, alguien se siente menos solo, o más
 solo, que es igual de bueno.
Gabriel Delacoste
¡Gracias Gabriel! Sos muy crá.
La ilustración es de Susie Ghahremani.

Me encanta leerlos a los 2, cada uno con su estilo, con lo suyo.
ResponderEliminarSoy de las que "pisa" los 50.
Buenazo lo de ustedes!
No me gustó nada, demasiada ideología politico partidaria
ResponderEliminarah con tamaña pregunta, pensé que iba a encontrarme con otra respuesta...
ResponderEliminarvoy a reflexionar porqué escribo...
besos