viernes, 30 de mayo de 2014

¿Por qué escribimos? (por Gabriel Delacoste)


Un día, hace tiempo, no sé cuánto ni por qué, charlando con Gabriel llegamos a esta pregunta: ¿Por qué escribimos? Seguramente él lo recuerde (tiene mucho mejor memoria que yo, y más paciencia para investigar la documentación de la vida); yo sólo recuerdo que le dije que, si quería, me gustaría que escribiera acá, en un lugar que quizá poco o nada tiene que ver con los ámbitos donde se expresa habitualmente, sobre esa pregunta. Porque no sólo escribimos, sino que escribimos sobre ciertas cosas y para cierto público; porque leemos, y no sólo leemos cosas que se parecen a las que escribimos.Los invito a que lean lo que Gabriel escribió sobre escribir, y que después vayan a Proyecto Fósforo a leer  sus artículos: son muy buenos, y creo que, si ya no lo es, tiene en este año electoral la mejor oportunidad para volverse un referente en cuanto a reflexión y crítica politológica. Iba a poner generacional, pero ya conozco gente de casi 50 que lo lee con la misma avidez que yo, asombrándose de que ponga en palabras esas cosas que pensamos y no sabemos cómo decir, o que sentimos de alguna manera, pero ni siquiera llegamos a articular en el pensamiento. Mejor descúbranlo ustedes.  


Hay una dimensión burocrática en escribir. En transformar en texto lo que que se piensa, garabatea, conversa. Más que propiamente trabajo, o esfuerzo, es careteo, experiencia, juego. Un poco de adrenalina cuando se muestra, se lee o se publica. Un poco de vergüenza de encontrar los errores evidentes.
Sobre todo insitencia, voluntad, aburrirse de las fórmulas que funcionan, y volver a ellas cuando es necesario su efecto. Y combatir la dislexia. Ubicar con algo de cuidado los tildes, las haches, las tes en los apellidos de Europa Oriental.
El problema es que atraen con igual fuerza la academia, la política y la bohemia. Con el tiempo, en una ciudad chica, aparecen amigos en las tres y se termina por escribir para ellos, y por plata. Por suerte, los tres ambientes también son igual de repelentes. Se trata de, estando cerca, estar lo más lejos posible de sus chismes, sus obsesiones con asuntos secundarios, sus reglas burocráticas.
Y no es que no reconozca lo necesario de la burocracia. De nuevo, para mí hay algo de burocrático siempre que escribo. Sueño con fichar mi biblioteca. Me entusiasma clasificar los apuntes por tema y según para que proyecto pueden servir. Me indignan los libros sin índices. Cuando tengo que tomar una decisión, hago una matriz FODA. Cuando quiero entender una relación, hago una tabla.
Escribir no es trabajar, o es trabajar todo el tiempo. Es anotar en una libretita un comentario, buscar entender un chiste como discurso de clase, preguntarse quien era el presidente en la época siempre que hay una fecha en una tumba, una plaqueta, una carta, es buscar una historia, o detenerse en una palabra para ver como se la puede sacar de contexto. Es saltar entre los artículos de wikipedia. Es llevar un cuaderno (uno por vez) para todos los proyectos del momento, sean sentencias, posts, materias de facultad, charlas, libros o campañas de rol.
Lo divertido es la versatilidad. Escribir una nota cuando corresponde una carta de amor, un paper cuando corresponde un documento de estrategia, una carta de amor cuando hay que dar un discurso, un documento de estrategia cuando hay que escribir un examen. Siempre disimuladamente, para que no se den cuenta los burócratas.
No conviene cagarse en los burócratas. Tienen plata y ayudan cuando fijan plazos, imponen reglas y sugieren temas. En algunos lugares, incluso, los burócratas a cargo exigen la transgresión a las reglas, exigencia paradójica pero fácil de cumplir.
Hay algo extraño en la idea, tan de moda, de que no importa lo que piensen los demás. Los demás nos dan las palabras, los temas, el mundo. Les robamos pedacitos de sus vidas para dárselas a nuestros personajes. Siempre escribimos sobre los demás (y sobre uno mismo, como parte de los demás) y para ellos.
Por suerte, uno puede limitarse a escribir a un “los demás” abstracto y anónimo,  ya que casi siempre, nadie lee casi nada. Mejor dicho, nadie lee con el escrutinio obsesivo y odioso que imaginan en los críticos los que necesitan una excusa para no escribir.
Se puede escribir, entonces, con cierta impunidad, con cierta alegría inocente de saber que nadie se va a dar cuenta que no leímos el libro hasta el final, que las cuentas no cierran, que el enojo es impostado. Que se puede decir la verdad, con toda su trivialidad, contradicción, fuerza e indiferencia.
En eso, se va adquiriendo cierta práctica. Los recursos, cuando son invisibles persuaden y cuando son apenas visibles generan complicidad. Las verdades se van haciendo más ciertas cuando la escritura se va haciendo elegante (o tosca, según el contexto), y más ciertas aún cuando alguien se ve persuadido. Y, con algo de suerte, alguna belleza aparece, algo se entiende más claro, alguien se siente menos solo, o más solo, que es igual de bueno.

Gabriel Delacoste

¡Gracias Gabriel! Sos muy crá. 
La ilustración es de Susie Ghahremani.

3 comentarios:

  1. Me encanta leerlos a los 2, cada uno con su estilo, con lo suyo.
    Soy de las que "pisa" los 50.
    Buenazo lo de ustedes!

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  2. No me gustó nada, demasiada ideología politico partidaria

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  3. ah con tamaña pregunta, pensé que iba a encontrarme con otra respuesta...
    voy a reflexionar porqué escribo...
    besos

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Gracias!! Me encanta que pases, y me encanta que comentes!

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