lunes, 10 de agosto de 2015

Oh, la maternidad.


La maternidad. Lo escribís y te viene como miedito. Todos tienen algo para decirte al respecto, todos tienen una crítica sobre lo que piensan los demás, todos tienen una verdad para cómo, cuándo, por qué, con quién, dónde y para qué hacerlo. Todos y todas tienen una opinión fundamentadísima e increíblemente indisoluble de su experiencia personal, que por lo general suele invalidar la de cualquier otro que no piense y sienta igual.

Todas las mujeres llegamos a este mundo con un cartel de "madre" en la frente. Desde que sos pequeña te regalan muñecas, te preguntan cuántos hijos querés tener, cómo les vas a llamar, y válgame dios, hasta surgen juegos de combinar esos nombres con apellidos posibles de posibles maridos padres (por suerte ahora con la Ley de Matrimonio Igualitario, mi ley favorita de los últimos tiempos, las mujeres podemos ser las que heredamos nuestro apellido en primer lugar a nuestras criaturas, si así lo decidimos en nuestra pareja... aunque dudo que sean muchas las parejas que deciden estas cosas en conjunto, y el Partido Nacional logró imponer la clásula de que si no hay acuerdo, va primero el del varón...). Esas preguntas de cuántos y cuándo, siguen toda la vida (y cuando andás cerca de los treinta, como yo, viviendo en pareja, como yo, se le suma la preposición "para", sumándole apuro a la cuestión).
No basta con ser hija, ser hijo es un atributo que le queda a los hombres, y a ellos sí parece quedarles para toda la vida. En el imaginario, en la generalidad (no me salten a la yugular, ya sé que habemos muchos que pensamos y queremos cosas diferentes), el hombre será por siempre un poco inútil, un poco distraído, un poco incapaz de entender qué siente él y qué sienten los demás, será por siempre un poco hijo de su madre, que hará buenas o espantosas migas con su nuera, la sucesora del cuidado de su siempre por siempre hijo, la segunda madre que se encargará de hacerle la comida, lavarle la ropa, recordarle que pague las cuentas, hacerle la lista del supermercado y rezongarlo cuando se pase de rosca jugando juegos de mano con sus propios hijos.

Nosotras un día tendremos que tener un hijo, o dos, o tres. Tendremos que pasar por eso para estar completas, para honrar nuestra femineidad, nuestra vida, nuestro vientre, y a todas las mujeres que parieron nuestra sangre hasta llegar a nosotras (con suerte eso, y no el mandato real detrás de la política de imponer la maternidad como único fin en la vida de las mujeres: parir soldados para las legiones y ciudadanos para la Patria). Hasta que a alguna se le ocurrió abanderarse con que no quiere, no le interesa, no podría, le daría asco, o un millón de etcéteras que pueden corresponder con el sentir de un millón de mujeres que habitan este mundo. Yo no pertenezco a ese grupo, así que no me corresponde hablar al respecto, principalmente porque no quiero hacer lo que vengo a criticar acá: creer que entiendo el sentir de otro, ponerme en su lugar, intentar cambiar su postura parándome en la mía. No puedo, no quiero. Tengo mis propias inquietudes al respecto. Y de eso quiero hablar.

Decir que una quiere ser madre cuando no lo es y no tiene miras de serlo a corto plazo, teniendo casi treinta años, tampoco es fácil. Una vez puse en twitter algo como "basta de poner fotos de sus bebés, que me tengo que hacer la que no quiero tener uno y no me sale". No estaba hablando de que tengo que mentirle a mi pareja, a mis amigos, a mi familia. Estaba hablando de esto, de que al parecer tengo que justificar mi no ser madre con un no querer ser madre nunca. En seguida saltó un hombre que tiene unos años más que yo a decirme algo como "borrá ese tuit que da miedo" Eso, eso. A eso iba mi tuit. ¿Te da miedo que diga que quiero ser madre? Sí. Parece que no podés andar por la vida diciendo que no querés tener hijos, pero tampoco podés andar por la vida diciendo que querés tenerlos.

¿Por qué la gente tiene tanto miedo de lo que YO puedo decidir o querer para MI vida?

Cuando se zanja el tema de ser madre sí / ser madre no, viene el problema de cuándo. Con quién. Cómo. Y todos tienen algo para opinar al respecto. Si estás viviendo ahora ciertas cosas que querés vivir antes de ser madre, alguien te va a decir que ser madre no te va a frenar ni drenar, que estás equivocada esperando tener ciertas seguridades, cuando no que sos egoísta por pensar en vos... Yo sé que el mundo no se para y que una puede seguir siendo una, haciendo cosas, luchando por sus sueños, trabajando en sus proyectos y siendo feliz, y que un hijo puede potenciarte en lugar de estancarte. Gracias, lo sé, mi mamá me tuvo a los veinte. Después aparecen los que te dicen que esperes, que te queda un montón de tiempo, que tenés años, que para qué preocuparte ahora, que mejor tener un mejor trabajo, una casa propia, un auto y dos niñeras. Unos creen que hay que estar casado, otros que tenés que haber probado bien la convivencia, otros que no pienses en nada...

A lo que voy es a esto, y está conectado con este post: no creo que todo en la vida pueda decidirse. Creo que hay cosas que se trabajan, y hay cosas que te pasan, no importa si creés que estás preparada o no. Y creo, siento, que el Cosmos sabe más para qué estamos listas que nosotras. Si te tocó tener tus hijos a los veinte, probablemente fue un desafío que para algo tenía que llegar, seguramente tus hijos vinieron a enseñarte cosas, a acompañarte en el proceso de salir de tu adolescencia, del nido de tus padres, a darte un empujón. Si los tuviste a los veinticuatro, quizá ya tenías algunas cosas más claras, o no, y necesitabas que este nuevo ser apareciera para darte una mano, para, como dice Mariana en Madrecoco, ayudarte a entender que sos feminista, a cuestionarte la existencia, a hacerte preguntas que nunca te hiciste. Quizá yo no precisé tener un hijo a los veinte ni a los veinticuatro, de hecho estoy segura de que no precisé un hijo para hacerme preguntas existenciales ni cuestionarme el sistema, el patriarcado, mi misión en la vida, cuáles son mis sueños ni quién quiero ser. Quizá mis hijos tengan que venir en otro momento para ayudarme con otras cosas, o quizá no los voy a tener nunca y los voy a extrañar siempre. Pero nadie puede decir cuál es el momento indicado, ni qué misión van a tener esos seres en la vida de otro. Ni siquiera podemos saber quiénes van a ser ni qué nos van a enseñar los que tengamos nosotras mismas. Alguna puede necesitar ser madre para empezar a cuidarse a sí misma, otra puede necesitar ser madre cuando ya aprendió a cuidarse sola. Algunas tienen hijos porque aman los niños, otras por que sus maridos las obligan, otras porque piensan en no estar solas cuando sean viejitas, otras para no estar solas ahora. Algunas quedan embarazadas de sopetón sin proponérselo y se les da vuelta la vida, otras se ponen a forzar la venida de un hijo con esperanzas que yo no sé bien dónde residen, algunas los tienen con el amor de su vida, otras solas con un fulano que se borró, otras con un esposo al que no quieren, otras no saben quién es el padre, otras saben y no le dicen, otras con un compañero que eligieron por razones económicas, otras con otra mujer; otras no tienen hijos nunca y sufren por eso, otras están felices y exploran todo su instinto materno con sobrinos, ahijados y todo niño que se cruza en su camino.

Yo no soy nadie para entender por qué las cosas le pasan así a cada quien. Cada una de nuestras vidas es única, y no todo depende de nosotras. La vida es más sabia que todas nosotras juntas, y todo lo que tiene de sabia lo tiene de misteriosa. De lo que yo estoy segura es de que las cosas pasan cuando tienen que pasar, no antes, no después, y que lo que a una le sirvió para algo, a otra puede no servirle para nada, y en el caso de un hijo, sería demasiado riesgoso proponerlo como salvador, inspirador o lo contrario, de la vida. Si tus hijos tienen que venir, vendrán. Si mis hijos tienen que venir vendrán. Y vendrán en el momento correcto. Nadie los va a apurar.

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