jueves, 16 de julio de 2015

Una sola certeza


Recuerdo una noche, no hace mucho tiempo, ya hacía frío. Fuimos a la rambla a tomar una cerveza y comer grisines, a hablar, lo de siempre. Me di cuenta de que tenía que tener cuidado, a veces la visión de los demás puede empañar la propia. Pasó de nuevo unos meses más tarde, otra vez, charla entre amigas, muchas quejas, tristeza, desazón, la confusión de todos ante este misterio tan grande, y dentro de mí otra vez lo mismo, un rumor de olas en la playa a dos cuadras, como en la casa de verano que me vio toda la vida, saber que afuera hay viento. Aunque no esté en la playa, escucho la playa, sé la playa, sé las olas, allá están rompiéndose contra la arena.
La lluvia pega en la cara, empapa los ojos y el pelo, las gotas recorren la espalda, frías, las nubes vuelven la tarde oscura, se condensa toda la humedad del aire en los vidrios, en la nariz, en los pulmones, en los ojos llenos de agua, en la garganta llena de grito. Pero hay algo, hay algo lejos, incluso cuando quisiera no estar, hay algo, ese rumor de olas en la playa, ese viento invencible, esa espuma de invierno en la orilla.
Es ese algo, ese algo.
Es saber que abajo, atrás, adentro, en el fondo de los lamentos, de los sueños rotos, de las imprecisiones, sigo estando yo. Que después del frío, después de la negrura que tragué y vomité, después del pedregullo que me tengo que sacar de las manos, después de todo, ahí, y también antes, estoy yo. Estoy yo, y estoy bien. Estoy yo, con una certeza que tiembla en la médula de cada hueso, con una pasión que no deja lugar a dudas. Tengo algo caliente, oscuro y brillante en el pecho, metido bien adentro, y sabe que seguirá vivo porque nunca nació y siempre estuvo. Tengo algo clavado adentro que dice que está ahí y que está contento, que cuando estoy triste, sigue contento, que este es el camino correcto, que no importa absolutamente nada y que sobreviviremos a toda tormenta.
Tengo una certeza clavada en el pecho, es la de estar viviendo la vida que yo misma elegí, que yo misma creé y creí. Tengo una certeza clavada en el pecho como una estaca candente, que me dice que nada puede salir mal porque creo en lo que hago, porque confío en mis aciertos y en mis errores, porque vine a vivirme y lo estoy haciendo con gozo, no importa cuántos días tristes, no importa cuántas tormentas.
La cosa es, para ir cerrando, que yo soy yo, y a veces ni siquiera eso, pero mientras sí, cuando recuerdo, yo me elegí, yo me construyo, yo me elijo, y aún en la caída más fuerte y en el tropezón más doloroso, yo estuve presente, yo aprendí, yo me paro, yo sigo cantando y saltando, yo no dejo que mi certeza se caiga: yo, a pesar de los pesares, que los hubo, los hay y los habrá, sigo apostando a mi vida todas mis fichas, sigo creyendo en mí. Yo soy feliz.


Foto: atardecer en Martín Chico, Colonia, Uruguay.

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