jueves, 27 de septiembre de 2018

Presente del presente

En Arhuaycocha, Campo Base Alpamayo, Cordillera Blanca, Parque Nacional Huascarán.

Hay tantas "entradas" escritas en los borradores... Si las leo voy leyendo retazos de mi historia, como una de esas colchas de patchwork que hacen las mujeres en Norteamérica. Esas colchas que cuentan cuentos armados con pedacitos de tela de colores. Así va la historia de estos últimos tres años.

A veces me preguntan si estos tres años han sido largos o cortos. La verdad es que el tiempo se me hace cada vez más extraño, no sé si es largo o es corto: es. Es lo que es.

En estos tres años ha pasado de todo. Hice un viaje que siempre soñé pero que creí que nunca haría. Me moví con mi fuerza, mis ganas, mi dolor y mi alegría por territorios que no conocía, llegué a lugares que no imaginaba, a los que creí que nunca iría. Ese caminar me dio la seguridad en mí que antes no había tenido, me dio la certeza de que puedo ir a cualquier parte, de que más allá de todo lo que me enseñaron a ser, hay alguien que es.

Un corazón que late, una vida que pide vivir, un montón de sueños que pueden ser realidades.

***

En estos tres años conocí muchísima gente. Escuché miles de historias. Conté la mía cientos de veces.

Tuve que limpiarme del desamor y del dolor caminando entre montañas, por playas y desiertos, para poder enamorarme otra vez, y después desenamorarme de nuevo. Abandonar planes, casas, sueños, deseos. Finalmente tuve que llorar mucho, tuve que tener sed y tener frío en la noche oscura, con el sonido de las cascadas de agua glaciar de fondo, pero con un amigo de corazón gigante y luz chispeante, para abrazarme y mirarme a los ojos, después de tantos, tantos días nublados, y poder verme.

Me pregunté quién era y qué estaba haciendo. Muchas veces. Hasta esa vez definitiva, acá, ya en Perú, cansadísima de llorar y de tener miedo. Miedo a que me deportaran en México, miedo a no ser amada, miedo a no encontrar amigxs, miedo a estar viviendo una vida que no era la mía. Me abracé muy fuerte, porque tenía que terminar con mi sufrimiento, y me di cuenta de que no quería morirme, quería vivir, pero tenía que cambiar el camino. Por donde estaba yendo no era yo. ¿Quién soy yo?

Soy esta. Puedo ser quien quiera ser. Este personaje se puede crear, romper, disolver, recrear, destruir y reconstruir mil veces. Y en esos procesos está la riqueza de la existencia humana.

Me reconocí en esa verdad hace pocas noches, frente al fuego, con canciones, junto a un río, junto a una nueva familia, en esta tierra montañosa, de glaciares, de estrellas, de fuego, de árboles, de polleras de colores, de paltas, de coca, de rocas, de cuevas, de huayno. La tierra que me abrazó cuando casi nada en el cosmos tenía sentido. Esta tierra, las personas que conocí en ella, las plantas que me cantan canciones de cuna aquí, el viento que se cuela por los valles, las nubes que navegan este cielo, me recordaron esa verdad: puedo ser quien quiera ser, pero hay una canción que vive en mí, desde el tiempo antes del tiempo, y que acá puede cantarse feliz.

Hay un sueño que viene de muy lejos, que vive en mi pecho desde siempre, y que acá baila y se ríe. Acá, junto al hombre que camina conmigo por estas piedras. Acá, junto a lxs amigxs que me hacen reír y me cuentan sus historias. Acá, junto a las plantas que me piden que las riegue, los pájaros que nos visitan por las tardes y parecen llamas rojas encendidas entre los maizales. Acá, con lxs niñxs duendes que me cantan canciones y me recuerdan que siempre seré esa niña salvaje que se prometió mantenerse viva a través de sus eras. Acá, cerca de los ríos y arroyos y lagunas que vibran y suenan y van nutriendo la tierra para que crezca nuestro alimento. Acá, con la gente que me habla en quechua, lxs escaladores que hacen sus meditaciones trepados a paredes de piedra, lxs gringxs que vienen de lejos a conocerse mejor, lxs viajerxs que comparten conmigo esos sueños, esos dolores, esas alegrías y esa libertad que yo también conozco. Acá, con las abejas y los tumpush y los bichitos de humedad y las vaquitas de san antonio, las mariposas naranjas, los tomatitos que crecieron en nuestras macetas, los pututus que suenan al amanecer, la música del sur de Estados Unidos que Samuel hace sonar por la casa cada día y los mates con yerba uruguaya que compartimos cuando en las tardes comienza a lloviznar. Acá con el palo santo y el romero, con el agua florida, con la esencia de menta y de tea tree, con el café de Chanchamayo, envuelta en una lliclla, escuchando pasar una banda por la calle, viendo el Sol ponerse tras la Cordillera Negra.

Miro las nubes, rezo un tabaco, cierro los ojos al Sol y soy yo. Y después de pasar por un ring of fire que ardía tan fuerte y tan loco que me quemó, en mis cenizas, puedo ver mi esencia. Y agradecer cada día, cada lágrima, toda la oscuridad que me trajo a esta luz arcoiris.

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