viernes, 6 de noviembre de 2015

Pasajera en trance


Así, en trance, en tránsito perpetuo. En eso estamos todos, pero cuando te movés un poco, saliendo de verdad verdadera de la famosa “zona de comfort“, es que te das cuenta de cuán en movimiento está todo.

Hace casi dos meses que salimos de casa. Para quienes hacen vacaciones de veinte días es muchísimo, para nosotras ha sido bastante, para los viajeros que nos encontramos en el camino es casi siempre un “ahhh, recién salieron“. Llegando a Potosí, después de un mes y medio por el Norte de Argentina y una semana en San Pedro de Atacama, Chile, sí, el viaje parece recién estar empezando. El viaje siempre parece recién estar empezando. Cuando creés que te acostumbraste a algo, a cualquier cosa, a cualquiera sea la partecita de viajar o estar en otro lado que creas que empezaste a entender y adaptarte, plim, un cambio de lugar, un cambio de personas, una despedida, una muerte allá a lo lejos, un proyecto en el que dejaste de ser necesaria, un sueño que termina, algún viajero que vuelve a su hogar, una noticia buena de la que no sos parte, alguien que se va sin decir adiós, cualquier cosa, y te das cuenta de que esto recién empieza. Que a estar lejos de casa se aprende muy rápido y muy despacito, que las ambiguedades están a la orden del día, que tenés que escribir en un teclado sin diéresis, tildes o comillas, y estás tan sólo en Bolivia. Que cada vez se pone más intenso y más raro, que las preguntas se vuelven más fuertes, que quizá no sea tan fácil encontrar lo que viniste a buscar, que quizá lleve tiempo, que quizá esté muy lejos. Que quizá todo eso que parecía que iba a serte entregado tan simple y rápidamente tenga sus idos y vueltos, que hay que hacerse también al oficio de viajero. Y que cuando te soltás de todo, volver a agarrarte no será fácil.

Hay días en que somos simples nubes solitarias, pasando bajito por el aire del desierto, flotando sobre un pueblo o una ciudad, mirando en paz lo que sucede, sonriendo desde arriba. Hay días en que somos géisers, explotando con toda nuestra pasión y nuestra vida, desde lo más profundo de la tierra, conectadas con todo, mostrando nuestro poder y nuestra fuerza en donde nos toque abrir una grieta. Hay días en que somos el agua espumosa que viene de un cerro, haciendo ruido al pasar, uniéndonos a quienes nos oigan. Y hay días difíciles, de callarse, de añorar un lugar que ya no existe. Esos sentimientos no son patrimonio de los viajeros, lo son de cada ser humano que habita esta tierra. Y aquí estamos, viviéndolos en este lugar, de esta manera, como podemos, como somos, como estamos. Buscando algo, encontrando otras cosas. Aprendiendo sí, algo que cuando te movés de esta manera no te queda otra que aprender, aceptar y abrazar. Y en este teclado tampoco hay dos puntos para que lo ponga, pero es aprender a despedirse. Todo el tiempo. Todo el tiempo encariñarte con seres hermosos que se tienen que ir o se tienen que quedar, todo el tiempo hacer amigos del alma con los que podés compartir no más un par de días y luego, con voluntad y suerte, quizá seguirla por internet. Acostumbrarte a conocer todos los días algo nuevo. Personas, lugares, sabores, olores, maneras y lo más sorprendente, a otras formas de ser nosotras mismas.

Es muy extraño. Escribiendo tampoco encuentro respuestas a las preguntas que me hago. Pero sé que estoy en el camino correcto, y que hay que seguir andando. Que a veces no sé decir lo que quiero decir de la mejor manera, y con quienes están lejos tengo apenas mis palabras para que sepan cómo estoy. Pero me conocen, me saben, y saben que estoy bien. Que salí a buscar más que esto, y que tengo que seguir caminando hasta encontrarlo. Y que tener la oportunidad y la bravura de estar haciendo esto es un regalo sublime.

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